La maternidad me acerco a la escritura y fue un proceso que pasó sin darme cuenta. En medio del desasosiego por haber dejado mi vida profesional a un lado y mi intenso perfeccionismo por querer ser la mejor mamá, encontré en las palabras una forma de hacerme auto-terapia y liberar emociones mías y emociones de otros que observaba en esta nueva faceta sensible que se había despertado en mí.
De alguna forma escribir se volvió una forma de soltar tanta
información que acumulé en mi mente y por eso lo llamé “descargando mi mente”.
De alguna forma me sentía sofocada, aun teniendo tiempo para mí, pero no
lograba percibirlo. Era como si el ruido interno no me permitiera descansar del
todo…hasta que empecé a vaciar en un cuaderno. Los más lindo es que brotaron
sentimientos hermosos, de conexión profunda, de claridad, de gratitud y no siempre
surgían emociones negativas. La
escritura -sin haberla practicado antes- me asombraba como una vía silenciosa
pero poderosa era una herramienta para entenderme y me resultaba profundamente liberador.
Hoy, más de una década después, lo tengo muy claro: estaba comenzando
un proceso de sanación sin siquiera saberlo. La escritura fue una de las
puertas que se abrieron para acompañarme en este proceso. Fueron muchos retiros,
cursos y búsquedas constantes, en un intento de llenar un vacío que, en ese
momento, ni siquiera podía percibir que existía. Desde afuera parecía tenerlo
todo: un esposo maravilloso, un hogar estable, techo, comida, salud, padres
amorosos y un par de niñas sanas, completas y espectaculares. ¿Qué más podía
faltarme? Según mi lógica, nada. Y justamente eso era lo que más me confundía.