¿Que seria de mi sin mis groserías?

Claramente no me he destacado por tener el vocabulario más delicado del lenguaje español, y no precisamente por rebeldía o por irreverencia, simplemente porque tengo mis raíces antioqueñas en donde es más normal oír una que otra grosería en el día a día. El hablado paisa tiende a tener un aspecto auténtico y no tan formal y prudente como lo vemos en Bogotá.

Pero acá no me voy a detener analizar a los paisas, ni su forma de hablar, sino que quiero examinar ¿Por qué se siente esa satisfacción cuando decimos una grosería? ¿Qué hay detrás de este efecto liberador al descargar una grosería? Personalmente creo que utilizar una grosería de vez en cuando es bueno para el alma, trae beneficios mentales y es una forma sana de manifestar un sentimiento.

Hemos crecido bajo una educación enfocada en hábitos correctos, donde las groserías no son bienvenidas ni bien vistas, son sinónimo de mala educación; y claro que lo son, cuando en su uso la intención está ligada a la violencia y a la agresión. Pero cuando salen espontáneamente para aliviar el dolor de un golpe, o para darle peso a una opinión y se utilizan en un momento adecuado, me resultan agradables.

Las personas que utilizan groserías me reflejan honestidad, sinceridad y transparencia. Son personas más abiertas y probablemente hasta más felices, como si vivieran de una forma más relajada y menos acartonada que la forma de vivir de otras personas aparentemente correctas.

Así que he aprendido a aceptarlas y a dejar de sentirme mal por utilizarlas. Me he quitado el miedo a ser imperfecta, vulgar, ordinaria, tosca o como otros lo quieran ver. Simplemente sé que están ahí, en mi esencia, y hacen parte de mí.

That`s it!