En realidad quería ponerle
a este escrito ¡Que Viva la Música! Pero no lo hago por simple respeto al libro
que lleva este título y a su autor caleño Andrés Caicedo. Tal vez me sienta
identificada con su protagonista María
del Carmen, añorando alucinar en lo más profundo de la música y olvidar por
un rato nuestra sociedad y sus confusas prioridades. Pero no, no voy tan lejos
y tan profundo, simplemente una vez más quiero plasmar mis emociones y mi
vivencia con la música.
De unos meses para atrás
he venido sintiendo una ligera sensación de frescura y buena onda en mi y gran parte de esto sé que tiene que ver con la
música. Tuve la oportunidad de estar en
una fiesta con Daniel Pardo, Dj colombiano que hoy en día vive en México, quien
se lució con un repertorio de música, mezclando algunos hits de los años
ochenta con un selecto genero de dance, funk y house, entre otros, logrando que
nosotros, su público, entráramos en sintonía y poco a poco todos vibráramos en
su frecuencia. Palabras más, palabras menos, pasamos bomba!
Después de esta fiesta y
gracias a él, he vuelto a tener mis días llenos de música. Confieso que no soy
la más amante de la tecnología y sus gadgets
y por simple pereza no he tenido el mejor Ipod ya que me parece demandante de tiempo y no se lo había querido
invertir. Hoy cuento con la suerte que alguien lo haya hecho por mí y sin
saber, que gran regalo que me han dado.
Miro para atrás y veo que
estaba apagada o más bien con el volumen bajo. Había dejado de un lado la
música, tal vez por mi negación hacia la tecnología y muy seguramente por andar
tratando de acertar en mi vida profesional. Hoy, que nuevamente tengo música
veo como me recupero, vuelvo a ser yo, aumenta mi energía y me siento feliz!
La música me acompaña en
esta nueva etapa sensible que apareció en mí y va de la mano con la maternidad
y lo que esta última ha despertado en mí. La música estimula el pensamiento, la
creatividad y descarga emociones, como será, que hasta me ha dado por escribir.
No entiendo como deje
pasar tanto tiempo sin ella, es evidente que el ser humano la necesita. Desde
la prehistoria el hombre primitivo ha
hecho sus rituales con danzas alrededor del fuego al ritmo de su música y
tambores. Es más, hasta le pregunté a una gran amiga psicóloga si era posible
que esta buena onda tuviera que ver
con la música y claro que sí. Según ella la música y sus vibraciones nos
conectan con la tierra, uno de los cuatro elementos clásicos de la filosofía
griega. El elemento tierra, se asocia con la madre tierra que da vida a todos los
seres, que junto con el aire, el fuego y el agua, se manifiestan en toda la creación.
Para traerlo un poco más
cerca, a una época más moderna, basta con oír la teoría del “Efecto Mozart” en
los bebes, el Método TOMATIS para mejorar la comunicación, capacidad auditiva y
de lenguaje en los pacientes y n mil
estudios y aplicaciones que la ciencia y el hombre han descubierto.
En conclusión no soy la
primera, ni seré la ultima en descubrir los beneficios de la música. Pero puedo
dar testimonio que la música tiene un gran poder de sanación. Solamente hay que
disfrutar, dejarse llevar y conectarse con su propio mundo interior.
Ahora sí, súbele el
volumen!
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