Un día me desperté de mi burbuja de
maternidad en la que estaba consumida y me di cuenta que este rol que me había enceguecido
tanto no sería eterno, que había hecho una pausa en mi vida profesional por dedicarle
todo mi tiempo a mis hijas pero me había olvidado de mi. Me había olvidado de mi
vida profesional y ya ni siquiera tenía claro que quería hacer con ella.
No me culpo ni me arrepiento, en su momento
fue la decisión que quise tomar y necesitaba estar con mis bebes porque tenía
mucho miedo de soltarlas, sentía desconfianza que alguien no lo hiciera tan
perfecto como yo trataba de hacerlo. No quería sentirme culpable si las dejaba,
sentía que ellas me necesitaban todo el tiempo, pero tal vez era yo las que más
las necesita a ellas junto a mí. Quería sentirme buena madre, necesitaba
sentirme disponible para ellas.
Todas las mujeres que nos hemos convertido
en madres hemos de pasar por la misma duda si trabajar o no trabajar. O al
menos hemos tenido el interrogante en la cabeza ya que como todas sabemos, una
vez tenemos hijos nuestra vida tiene un giro importante y queda marcada en lo
que tanto oímos como “antes” y “después”.